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08.04.09

En Memoria de María Eugenia Moreno
«Desde muy pequeña tuvo claro que quería ser médico, y lo consiguió», explica su tía María.
María Eugenia Moreno creció sin padre y tuvo que luchar para cumplir su vocación Fue asesinada por un paciente al que trabataba de curar y deja un hijo de 2 años Frente al pequeño porche de la casa en la que nació, hace 35 años, la doctora María Eugenia Moreno, se extiende un paisaje de árboles y campos que la primavera ha coloreado de verde. La vista y el oído -aquí sólo se escucha un silencio tranquilizador- invitan a saborear con deleite la vida. En este rincón apacible, aún más que en ningún otro lugar, resulta inexplicable la violencia, la ira, el odio, la irracionalidad que vomitó el presunto asesino Pedro Navarro cuando apretó el gatillo la madrugada del martes 12 de marzo en el centro de salud de Moratalla. Cuatro tiros que acabaron con la vida de María Eugenia y que pesan desde entonces como una losa sobre la pedanía ceheginera de Valentín, el pueblo que la vio crecer.
La casa natal de la doctora está situada al final de la última calle de este bucólico municipio. Aquí vive su tía María y sus primas, y aquí venía cada domingo María Eugenia con su marido y su bebé a disfrutar de toda la familia. Porque los Moreno son una piña. Siempre han hecho frente juntos a las adversidades. María Eugenia perdió a su padre, agricultor, cuando sólo tenía 2 años (la misma edad que ahora tiene su hijo, que repite así trágicamente la biografía materna). Sufrió un accidente con su tractor mientras trabajaba en el campo.
«UNA NIÑA ENCANTADORA»
Manuel Navarro, un viejo amigo de la familia, charla a mediodía con los vecinos en la plaza de la iglesia, y recuerda como si fuera ayer el día en que murió el padre de la doctora y él se llevó a la pequeña María Eugenia a su casa, para poner a resguardo sus ojos infantiles del dolor de los mayores. «Era una niña encantadora; no paraba de hablar. En ese momento no entendía nada de lo que pasaba, como es natural. Después, cuando pasaron los años, su madre le contó cómo nosotros habíamos cuidado de ella ese día, y siempre nos estuvo agradecida. Cuando pasaba por la puerta se paraba a saludarnos y nos contaba que de mayor quería ser médico». La vocación le vino pronto. «Desde pequeña quiso hacer Medicina, y se empeñó hasta que lo consiguió», recuerda su tía María. No lo tuvo fácil. Hija única, su madre decidió trasladarse a Bullas tras la muerte del padre, para que la pequeña creciese con el respaldo y ayuda del resto de la familia, que vivía en esta localidad. Eso sí, los fines de semana en Valentín fueron sagrados durante toda su vida. Una de las últimas reuniones en el hogar familiar se celebró el pasado mes de febrero. Fue el día en que María Eugenia cumplió 35 años.
UN SUEÑO HECHO REALIDAD
Gracias al trabajo de su madre y a la ayuda de sus tías, María Eugenia pudo estudiar y cumplir su sueño. Se matriculó en la Universidad de Murcia y se marchó a la capital. Tras graduarse hizo el examen del MIR y consiguió una plaza de residente en Medicina de Familia. Empezaba su carrera profesional, unos años intensos en los que también se casó y descubrió la maternidad.
Cómo médico MIR empezó a hacer frente a interminables guardias en las urgencias de centros de salud y hospitales. Allí coincidió con antiguos vecinos de Valentín, como Antonia Marín, la carnicera del pueblo. «Mi marido estaba muy mal, estaba muriéndose, y lo ingresaron en el hospital de Caravaca. Ella estaba allí ese día y nos atendió con todas las atenciones del mundo. Salió mil veces a preguntar cómo se encontraba y si necesitaba algo».
También sus compañeros de profesión encuentran sólo palabras de reconocimiento. Incluso los que la conocían sólo por algún encuentro esporádico. José Luis Gris coincidió con ella una noche, durante una guardia en el 061. «Fue hace poco -recuerda- era una chica muy tranquila, que trataba con amabilidad y mucha paciencia a los enfermos».
El centro de salud de Moratalla era el último destino de la joven doctora. Estaba terminando el cuarto año de residencia. Le quedaban pocos meses para culminar su esfuerzo de años de estudio. Sus compañeros del ambulatorio no han querido hacer declaraciones desde que se produjo el crimen. El rótulo que anunciaba su consulta, la número 5, ya ha sido retirado.
QUERIDA POR SUS PACIENTES
No sólo sus colegas de profesión la echan de menos. También sus pacientes. «Era una persona llana, cercana, encantadora; no tenía nada que ver con otros médicos que son más distantes. Ella mostraba un interés por sus pacientes que era sincero». Josefina Moreno no sólo tiene recuerdos para su doctora. También para el conductor de ambulancia Juan Miguel Moya, que quedó herido por un balazo en las costillas cuando trataba de defender a María Eugenia de su verdugo. «Fue un valiente. Se jugó la vida».
EL CRIMEN
María Eugenia Moreno acudió el lunes a su lugar de trabajo dispuesta a pasar una más de las guardias interminables a las que estaba acostumbrada. A las cuatro de la tarde, Pedro Navarro, un taxista jubilado de 74 años, llegó al centro para que le atendiesen por las molestias que le provocaba un asma. Era un viejo conocido, porque solía recibir aquí tratamiento para sus problemas respiratorios. Pedro no llegó a ver a la doctora. Le atendieron en el mostrador y le dieron cita para las siete de la tarde. No volvió a su hora.
En un principio fuentes de la investigación apuntaron a que se dirigió a las urgencias del Hospital comarcal del Noroeste, en Caravaca. Los médicos de Moratalla lo desmintieron la semana pasada en una nota de prensa. Nadie sabe qué hizo Pedro esa tarde. Volvió al centro de salud a las 00.25 horas, y cuando María Eugenia apareció por la puerta, le descerrajó presuntamente cuatro tiros que acabaron con su vida. Juan Miguel Moya oyó los tiros y entró corriendo al edificio. Pedro volvió a disparar y lo dejó malherido.
Los agentes de la Policía Local fueron los primeros en llegar. El agresor intentó dispararles, pero no le quedaban balas. Nadie entiende ni entenderá nunca por qué Pedro decidió coger una pistola que guardaba desde hace 20 años -dice que se la encontró en su taxi cuando ejercía su profesión en Barcelona- y descargó su veneno sobre una persona, María Eugenia, que estaba allí para ayudarle.
Ahora vendrán los homenajes, pero su tía María ya ha encontrado el epitafio que más justicia hará a su memoria: «Murió sirviendo a los demás».
Fuente de la información La Verdad de Murcia 30.03.09


 
 


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